Observar cuerpos de baja luminosidad

Cuando estamos observando el cielo a simple vista, podemos diferenciar fácilmente a las estrellas de los planetas, pues su brillo es tan intenso, que el ojo humano capta su luz de manera casi inmediata, aunque en algunos de los casos como estrellas de menor magnitud, para poder observarlas necesitamos esperar unos minutos con los ojos cerrados para que la pupila se dilate y capte la mayor proporción de luz posible.


La pupila dilatada (abajo), capta más luz que la pupila contraída (arriba). Fuente: www.cleavestytompkins.blogspot.com


Ahora bien, para observar objetos débiles a simple vista, como por ejemplo la galaxia de Andrómeda (M31), la nebulosa de Orión (M42), e incluso el paso de un cometa, no basta con esperar a que nuestro ojo se acostumbre a la oscuridad de la noche, pues dentro del ojo, concretamente en el centro de la retina, el nervio óptico crea un punto ciego que impide que veamos nítidamente estos cuerpos celestes si los miramos fijamente.


Descripción gráfica de las partes que componen el ojo humano.


El verdadero secreto para realizar una correcta observación, es mirar estos objetos de forma indirecta, es decir, hay que observarlos con la mirada fija a un par de grados desviados del centro del objeto.


Si miramos fijamente un objeto celeste muy débil, el punto ciego creado por el nervio óptico no nos permitirá observarlo con la máxima claridad.


De este modo, podremos disfrutar al máximo de las maravillas que el firmamento nos ofrece en una magnífica noche estrellada.

Esta técnica nos sirve también para mirar cuerpos débiles a través de los prismáticos o del telescopio, aunque para esta labor es mejor utilizar una cámara CCD o una cámara fotográfica, sus sensores son capaces de captar los colores y detalles que el ojo humano es incapaz de detectar por sí solo.

Recordemos que si miramos a la vía láctea, otra galaxia o una nebulosa simplemente con nuestros ojos, veremos sus capas de gas y estructuras de color blanco lechoso sin mucho detalle aparente.

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